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CAMINO A LAS ANTÍPODAS

  • Foto del escritor: Juan David Zuloaga
    Juan David Zuloaga
  • 18 ene 2024
  • 5 Min. de lectura

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Como preámbulo de la exposición que está preparando para el Sunshine Museum de Pekín, Carlos Salas presenta en su taller de Bogotá la primera de catorce exposiciones que tendrán lugar en este espacio. Camino a las antípodas es el título de la muestra que desde el cinco de marzo se abrió al público.


I.

Carlos Salas es hoy uno de los principales exponentes del arte abstracto en el país. Su obra conoce todos los formatos, desde pequeñas piezas cuadradas hasta lienzos circulares que rondan los cuatro metros de diámetro. Y su paleta, igual de amplia, viene a ornar con precisión las telas más diversas que sirven de soporte a la obra: a veces un lienzo fino traído de regiones distantes, en ocasiones una tela de fique o el reverso de una tela sirven de sustento a la obra. Y cada una de estas texturas no sólo le da una peculiaridad a la pieza, sino que se integra, de manera armónica, en el resultado final.

Primero impresiona al espectador el color, y luego lo hace la composición del conjunto. Su paleta, rica y variada, va poblando el lienzo, ora de manera cabal, ora dejando sin cubrir partes de la tela. Los trazos, en apariencia arbitrarios, pero siempre cuidadosos, van delineando, en acompasado movimiento, el conjunto de la obra.


II.

Es conocida la anécdota de cuándo pasó Carlos Salas del arte figurativo al arte abstracto: fue una noche, ya distante, en su apartamento de París, adonde había ido a cursar una maestría en la Escuela de Bellas Artes. Tras un paulatino esfumino de la imagen en sus lienzos, en donde las figuras iban perdiendo contorno y substancia, una noche de insomnio decidió pintar abstracción pura. No había ya representación ni había imagen. Pintadas tan sólo en blanco y negro, surgió de ese intento y de esa decisión su conocida serie Fragmentaciones.

Se trató de un proceso. Primero vino el retrato con rapidógrafo de unos personajes extraños y de desnudos femeninos que fueron poco a poco perdiendo la precisión del contorno, seres que fueron despojándose de la exactitud de las formas; figuras desdibujadas en las que, sin embargo, se adivinaba aún la imagen. Se difuminaba el objeto, se diluía el ente, pero, tras las rayas, ente y objeto aún se entreveían. Luego vino, a raíz del suicidio de su primo Gustavo Facundo –artista, contertulio y cómplice de todos los proyectos de Carlos Salas–, una reflexión sobre la presencia: dibujos que poco a poco se hicieron incomprensibles. Había unos objetos, unas botellas, unos rostros... y de repente nada de eso existía, y, pese a todo, seguían siendo figurativos.

Esa noche prolongada, en aquel París distante y frío, decidió pintar arte abstracto. La serie que allí nació se expuso en una muestra paralela a la que entonces llevaron Belisario Betancur y Marta Traba. Aquella noche en su estudio tomó la senda de la abstracción, aunque siempre con un pie en la figuración.




III.

Se aprecia en sus lienzos un trazo libre, y, no obstante, armónico y regular; casi como si se tratara de música sobre la tela, como si un director de orquesta fuese dibujando rítmicamente sobre el lienzo.

Encontramos de nuevo a Carlos Salas en París, en un pequeño taller que congregaba artistas plásticos de todas las latitudes; un sitio ecléctico de búsqueda y experimentación. Allí tenía su rincón y allí trabajaba. Había dejado de ir un tiempo, porque estaba organizándose la exposición Once mundos colombianos (la muestra paralela a la de Marta Traba y Belisario Betancur). Un día, cuando regresó, le dijeron: «pasó por aquí Alechinsky». Se trataba de Pierre Alechinsky, militante de la última vanguardia francesa: el grupo Cobra. Visitó la Escuela de Bellas Artes para escoger el trabajo de diez alumnos. Se interesó por el trabajo de Carlos Salas, porque los grafismos también hacían parte de su universo artístico. Tiempo después, cuando vio un dibujo en el que sobresalían los amarillos, superpuestos a los colores ricos y libres que sostenían el fondo de la obra, comentó: «se asemeja ese amarillo al papel que jugaría un trombón que a destiempo suena en una sinfonía». A esa disonancia aparente, sin embargo, no le teme Carlos Salas; antes bien, se apropia de ella para darle cabida en el conjunto.


IV.

La armonía que logra el conjunto de la obra responde a una pregunta siempre latente cuando el espectador se asoma a una pintura abstracta: ¿cuándo está terminada una obra?

La proporción de los trazos, el equilibrio del todo constituyen una respuesta inapelable. Se sabe la obra terminada porque, al contemplarla, observa el espectador que nada le falta y que nada le sobra. Sabe –o al menos lo intuye– que si se añadiera un elemento más, si se modificara un color, si se prolongara una sombra no tendría el conjunto la sensación de acabada perfección que ostenta la obra culminada.


V.

En los últimos años de su vida estuvo Constantin Brancusi preocupado no sólo por el cuidado en la construcción de la obra, sino por el lugar y la disposición que cada una de las piezas debía ocupar en el espacio. Este taller, esta disposición, estas obras –dicho sea de paso– las donó Brancusi al Ayuntamiento de París para que fueran expuestas tal y como las albergaba su estudio antes que las encontrara la muerte. Y así las puede apreciar hoy el visitante, justo al lado del centro Pompidou.

Esa tarea de organización y armonización de las obras al interior de un espacio la denominamos en Colombia curaduría. Y tampoco ella ha sido ajena a la labor artística del maestro Carlos Salas. Desde la fundación de la galería Mundo, él y su hermano se encargaban de curar las exposiciones. Y así lo ha venido haciendo cuando de exponer su trabajo se trata. En esta ocasión la adecuación de su taller ha pasado por instalar un corredor en medio del salón y por pintar las placas del techo con una alternancia de blancos y negros que sirven de bóveda y de marco a la exposición.


VI.

Desde hace unos años, desde que, digamos, el artista chino Li Guangming, amigo de Carlos Salas, vino a Colombia a trabajar con él, apareció en la obra de éste una preocupación por la armonía, por el equilibrio y por la fluidez, en contraposición a lo estático y lo intemporal que se cristaliza en la obra de arte terminada.

El maestro Li habita en nuestras antípodas, y allá trabaja en un museo inmenso (el museo privado más grande de la China), que él y su mujer, Sheena, regentan. Desde el encuentro de los dos artistas en Nueva York en White Box –galería y espacio de y para artistas– una relación artística y de amistad entabló un diálogo cuyo hilo conductor es el de desentrañar los misterios que guarda el camino que va desde el taller de Carlos Salas en Bogotá hasta las antípodas, en el museo de Li Guangming en Pekín.

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